Con el lenguaje de los niños y de los entendidos, Alfonso Reyes acomete el poema como medio para narrar una biografía imaginada y también vivida, reunida por primera vez en este libro.
El soy de Monterrey alumbra e irradia una vida que también iluminan los antiguos, nutrida de un abolengo ilustre y una sed desmedida de erudición.
Los poemas son evocaciones de un pasado tan lejano que se vuelve cercano. Recuerdos vividos y honestos, teñidos con la nostalgia del pasar del tiempo, de lo tangible se transita con naturalidad a lo incorpóreo, en experiencias propias y ajenas.
Conocedor, Reyes no se despega demasiado del hombre común, lo conoce otro de los medios ineludibles para acceder a la sabiduría. Así, su poesía toca también lo mundano cuando pone la mesa para invitarnos a comer y beber con un deleite que permite después con la misma naturalidad realizar el portento de reimaginar de manera extraordinaria el mito de Ifigenia, situando a Homero en Cuernavaca. No lo dejen ir.