Elena Ferrante escribe y publica un libro generoso pero sobre todo trascendental para la que escribe.
Descrito como «La habitación propia» de Ferrante, el libro habla ya no sobre qué necesita una mujer para escribir, sino cómo lo hace.
El punto de partida es la hazaña maravillosa y también universal de una niña que escribe y que pide ser vista; pero su mirada tiembla para centrarse en los márgenes que nombran al libro y que de manera brillante se convierten en símbolos y signos de todas las condicionantes que, Cecilia, desde el primer trazo, obvia y olvida pues ha nacido en un tiempo que reconoce no sólo su derecho, sino hasta su mérito en hacerlo.

El recorrido desata una cascada de recuerdos que parte desde la obra propia y la ajena con ese reconocimiento profundo y de nuevo trascendente de que el yo escritor es inseparable del yo lector. Y con la brillante descripción de la escritura como la recolección y ordenamiento del pensamiento.

Los márgenes son primero las libretas de la escuela, esas que buscan contener el trazo y metafóricamente también el espíritu de quien escribe, cuando la literatura es lo que necesita expandirse.
La escritura como el mecanismo del lenguaje para liberar el yo: expresión.
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Elena reflexiona y comparte las restricciones imaginadas y las impuestas, las que provienen del individuo, siempre inseparables de las de la sociedad: las que conoce y reconoce, las que apropia, las que supera y las que trasciende en un libro ameno, cándido, fascinante que la emparenta con Virginia, con Emily y con la que al principio fue NADIE, para llevarla de vuelta a Virginia y al anonimato, que convertirá ese nadie en todos, TODAS.
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Briseida Alcalá
Detrás de mí están mis libros, detrás de mis libros estoy YO.
Busco siempre la aventura del color, el aroma y el sabor.
