Invitada a dictar una conferencia sobre las mujeres y la novela, Virginia Woolf “hunde hondo la caña del pensamiento en la corriente” para intentar pescar la elusiva cuestión, lo que inicia un recorrido profundo y necesario del tema.
¿Qué necesita una mujer para escribir? Una habitación propia y dinero es su respuesta, lo que la lleva a reflexionar sobre las razones para la pobreza en la mujer como género. Sumergiéndose más y más en el asunto llega a dilucidar y señalar que las razones para la inferioridad achacada a la mujer yace en la necesidad masculina, y en general humana, de sustentar la seguridad propia en la inferioridad ajena, sin importar cuan arbitraria sea y de defenderla a toda costa.
Además de brillante, Woolf es ocurrente, chispeante, hace reír, disfrutar, conocer. Narra todo su recorrido mental, verdadero o ficticio y de lo trivial nos lleva de a poco hasta lo indispensable. Las primeras conclusiones no le bastan, y aún cuando logra explicar y hasta compadecer la precaria condición histórica de la mujer, trasciende el tema para declarar que la verdadera obra de arte es obra de una mente “andrógina”, que se ha olvidado de sexos, logrando de esta manera alcanzar un momento de creación “incandescente.”