El poeta tensa el arco y prepara la flecha para reclamar, no sin pesar, la individualidad que el afecto siempre arrebata, y ofrecer, a la presencia, la lejanía.
Se trata de un desencanto melancólico e iluminado, de quien conoce que ni siquiera el amor escapa a la condición definitiva del ser humano.
La fugacidad irrepetible del instante está ilustrada exquisitamente en sus Elegías, donde cuestiona la inocencia de los amantes y lo insustancial del sentimiento, ante y contra, la materialidad de las cosas y el mundo.
Desengaño agravado por unas saetas incapaces de afectar la serenidad del firmamento.
Desesperado, Rilke se aboca
al rescate de la pureza en una ausencia que signifique afirmación y no abandono,
la separación es dura, pero no imposible, considerada siempre como una escala más de la constante transformación del mundo interior, común a todos los mortales.
Briseida Alcalá
Detrás de mí están mis libros, detrás de mis libros estoy YO.
Busco siempre la aventura del color, el aroma y el sabor.

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