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Un grupo de amigos regresa a su pueblo natal para ajustar cuentas con el monstruo que atormentó su infancia, un ente tan horroroso que no alcanza ni siquiera un nombre, enfrentarlo implicará no revivir su niñez sino recordarla.

Entre el presente y el recuerdo, entre la memoria y el olvido, la temporalidad de la obra es uno de sus aspectos destacados igual que lo memorable de sus protagonistas: están ahí el niño gordo y el tartamudo, la chica rara, el boca-floja, el sobreprotegido, también el racional y el sensitivo, en resumidas cuentas los fracasados. ¿Qué decir del villano? Un horror tan grande, tan primitivo, tan escalofriante que escapa a los nombres y definiciones. El mismo pueblo es también un personaje y uno muy interesante, un receptáculo del mal, un caldo de cultivo para la crueldad.

Se trata de uno los mejores y más emblemáticos trabajos de Stephen King, por su extraordinario uso del terror para retratar la fragilidad de la niñez y la fuerza de la amistad. Su lectura nos transportará a esos años en los que vivíamos temerosos de lo que habitaba debajo de la cama, en la que las mantas se tendían como una barrera protectora entre nosotros y el inframundo. Si tenemos suerte vislumbraremos por un instante a ese que también fuimos. No lo dejen ir.