
La marca indeleble no de la participación sino de la mera presencia son suficientes para trastocar una existencia en la galardonada novela de Juan Villoro, el Testigo.
Julio Valdivieso, el protagonista, es una suma de conformidades, de aspirante a escritor transformado en profesor, de fervoroso amante en padre de familia, de nacional a forastero.
Su regreso a México implicará un reencuentro con los agobiantes fantasmas de un pasado más temible que conocido y con la colección de descalabros que se congregarán a su alrededor en la forma de antiguos condiscípulos.
Situado en un momento de aparente disyuntiva histórica, el relato permite a Villoro desplegar su conocimiento certero del entramado de consideraciones y perversiones que impelen y estancan al país.
El dogmatismo, el narcotráfico, la potestad de los medios, los vicios de las fuerzas públicas estancan y concentran el lacerante pasado de una nación que vive siempre en pretérito.
Arrropado por la lírica de Ramón López Velarde, la intertextualidad se transforma en la causalidad deponente del despropósito insondable de un país donde la verdad se oculta siempre bajo el halo de lo sagrado y lo arbitrario.