
Transparente y lúcida, Alejandra Pizarnik ofrece y se ofrece en su poesía con una visión de lo primordial, lo etéreo, lo eterno; confundiendo y fundiendo al poeta con la poesía, al poema con el lector, a la palabra con el silencio.
Habitante original del jardín, la vida y la obra se trazarán como un sempiterno regreso. Alejandra se internará en un prado que se ha convertido en bosque. De ahí, regresará otra, las golosas manos llenas de los frutos de la abundancia. No sin pagar el consabido precio: la cordura.
En medio de la jaula permanece la memoria de las alas, la angustia por el regreso. Cada verso una pluma, un arañazo, una herida. Alejandra se desborda en palabras tejidas a manera de redes que aferran el silencio y significan el jardín.
Ningún poema evidencia mejor su proceso que Extracción de la piedra de la locura. La transfiguración, la narración, la extrapolación. No la voz sino las voces. No lo que habla sino como se le habla: la oscuridad, el silencio, la soledad, la infancia, la sangre, el enamorado, el otro, el jardín, la muerte.
Su pluma fecunda y su canto de luminosa pitonisa la sobrevivirán y la cubrirán con el merecido manto de la inmortalidad. No lo dejen ir.