
La obsesión de un hombre es siempre su perdición y desmesurado es la única talla en la que se presenta la monomanía.
El aluvión de citas que sirve a manera de introducción del libro posee una extraña belleza que no resulta ajena a ningún enamorado, categoría en la que se incluye el lector empedernido. Así, prontamente nos vemos subyugados ante una obra colosal en todo sentido.
Narrado en primera voz por Ismael a partir del instante en que decide enrolarse como tripulante de un barco ballenero, el texto se percibe prontamente cómo una novela atípica, pues además del retrato de la implacable persecución/perdición del capitán Ahab y su tripulación, es un verdadero tratado del cachalote, de sus particularidades como Titán, déspota y reliquia.
Viaje y zambullida, la lectura es un trayecto agitado e intranquilo, una agobiante inmersión en descripciones y datos técnicos, con pasajes de una lucidez existencial desencantada y exquisita.
“La ignorancia engendra al miedo”, bajo su propia máxima, Melville conforma desde la erudición una gran parte del relato” y ejercitándose en la lógica profesa la clara conciencia de la igualdad entre todos los hombres, alejado de los escrúpulos predominantes de la época.
Estampa exacerbada de la persecución quimérica de toda vida, singularidad funesta que enaltece nuestra pobre existencia de ajenos, insuficientes siempre, con la materialidad invariablemente exigua ante el desbordante abismo que detenta y sujeta cada hombre. No lo dejen ir.