Inspirado en las Babas del Diablo de Cortázar, Antonioni construye un filme sobre la cámara como mecanismo de aprehensión de la realidad.
Thomas, el protagonista, es un joven y exitoso fotógrafo quien aparentemente lo tiene todo, excepto la libertad absoluta para capturar a su antojo el mundo.
El filme transcurre durante un único día. La primera secuencia muestra el contraste entre la miseria y la bohemia; Thomas sale exhausto de una jornada de trabajo de una fábrica donde ha trabajado de incógnito para desarrollar un fotorreportaje.
Luego se topará con una caravana de mimos y a partir de ahí se moverá con soltura e indolencia, indiferente a cualquier otra cosa que mantener atento su ojo a la siguiente fotografía.
Encontrará a una pareja en un recorrido por el parque y sin tapujo alguno capturará el encuentro. Se trata a todas luces de un romance prohibido, con un desenlace inesperado.
El director dedica buena parte del filme a desarrollar la psicología del personaje y del entorno caótico de los círculos artísticos de la época.
Resulta muy interesante la aproximación a su profesión, algunas secuencias están muy bien logradas, particularmente la del parque, donde con emplazamientos subjetivos se significa la mirada de la cámara.
El diseño de arte está muy bien cuidado y la banda sonora no desmerece, principalmente el tema inicial a cargo de The Yardbirds.
La circularidad de la historia permitirá una potente conclusión, cuando, confrontado con la materialidad, Thomas se vea forzado a remplazar la observación por su extraordinaria contraparte, la imaginación. No lo dejen ir.