La película empieza de manera peculiar, con el famoso caso de la muñeca Anabelle, que funciona muy bien como intro para la historia principal.

La familia Perron se muda a un nuevo hogar sin sospechar que ahí se han cometido toda clase de atrocidades. Los fantasmas de los anteriores dueños aún rondan por el lugar y uno en particular está lleno de odio hacia los nuevos inquilinos. La historia está basada en un caso real de los investigadores de lo paranormal, Lorraine y Ed Warren. 

Después de esto la acción ocurre lenta, como si se nos estuviera aleccionando sobre las maneras del mal. Conocemos a las dos familias mientras ellas se conocen entre sí. Las actuaciones son buenas, destacando en especial la de Vera Farmiga quien dota de sensibilidad a Lorraine Warren y más importante aún de credibilidad.

La cámara se coloca en ángulos poco usuales para el género, construyendo y recorriendo espacios donde reina el horror, como el sótano. La tensión se acumula mientras esperamos que se manifieste la presencia maligna en el uso de la oscuridad, además del escalofrío provocado por el siempre efectivo “basado en un hecho real”.

James Wan conoce el cine y el género, evitando el clisé y su abuso de efectos visuales y sonoros, rozando con familiaridad a cintas como el Exorcista o Poltergeist, y extrayendo de ellas una estética propia, para distinguir al filme en lo documentado del caso que presenta.

No es innovadora, ni lo intenta, busca ser real y lo logra, convirtiéndose en su mayor mérito.