
La película retrata la vida de una comuna en el Chile de los 1990, donde transcurre la vida, aparentemente idílica de un grupo de creadores que incluye músicos, actrices y lauderos con sus familias.
El filme se centra en Sofía y Lucas, dos jóvenes a punto de alcanzar la mayoría de edad, que despiertan al amor y la libertad, llenos de sueños de independencia y permanencia que limitan y determinan las taras de sus respectivos orígenes. La libertad de que ambos gozan es apenas una engañosa utopía, pues los vicios ajenos y los dolores propios los alcanzan.
El lenguaje cinematográfico revela una voz autoral clara y propositiva. Los encuadres, fragmentan la realidad, dejando afuera eso que simboliza al otro, como ajeno y por tanto lejano. La espalda que ofrece Sofía no es todavía una mirada, es apenas una oposición, con la rebeldía innata como armadura contra el dolor. Existen otros símbolos como Frida, la perra que desde los primeros momentos del filme se pierde o la electricidad, representante de la seguridad y también de los vicios modernos.
La selección musical es muy acertada para brindar contexto al conflicto y momentos inolvidables como una sentísima interpretación a acordeón de una
Los conflictos intergeneracionales se dibujan igual que las distancias entre adultos, jóvenes y niños, estos últimos deambulan entre la ignorancia y la fantasía, mientras los segundos afrontan lo que los primeros se niegan hasta a si mismos.
Los peligros se conocen y por eso se rehuyen en un aislamiento insuficiente de un mundo real que se vislumbra en las pequeñas incursiones al pueblo que curiosamente se encuentra «abajo» y que sufre el hacinamiento de la barriada, con sus violentas carencias.
El guión, complejo y humano, sabe desarrollarse por casi dos horas de duración, sin grandes sorpresas, vueltas o sobresaltos. Finalmente la constante de la burbuja es que flota, pero también que siempre explota. No la dejen ir.
Una respuesta a «Tarde para morir joven»
[…] Tarde para morir joven […]
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