Virginia Woolf sujeta la plenitud del instante para plasmar su melancólica visión en Al faro.
En medio de la calma aparente de la cotidianidad del núcleo de los Ramsays, la autora enfila el ojo interno para penetrar la materialidad de hombres y mujeres que caminan juntos pero ajenos, cruzándose sin jamás tocarse.
Con el ritmo y la cadencia propia de la poesía, conjuga y conjura el mundo interior, siempre desbordándose y resquebrajándose para componer su realidad con la preciosidad intangible de las palabras, las sensaciones y los sentimientos.
En el entramado también hay cabida para cuestionar los vínculos familiares y las correspondencias afectivas junto a los titubeos y tropiezos que el amor y la felicidad doméstica representan para el espíritu creativo.
La trama es secundaria, y lo que realmente importa es el borboteo incandescente de una necesidad que repele, hechiza y atormenta para combatir la soledad absoluta en la que transcurre toda existencia. No lo dejen ir.