Un régimen totalitario establece una jerarquía opresora, con la mujer en el último escalafón, reducida al rol que juegue su importancia en la gestación en The handmaid’s tale de Margaret Atwood.
El relato sigue una linealidad discontinua desde los recuerdos de Defred, la protagonista, quien narra en primera persona lo que le acontece, intercalado con numerosos saltos al pasado que permiten de a poco vislumbrar, aunque jamás entender el desolado panorama.
El relato resulta particularmente aterrador por las resonancias que encuentran con la realidad. La metáfora exacerbada pinta el panorama opresivo de la existencia femenina, dominada por el arquetipo de la madre, que aquí se refuerza para extinguir albedrío y diversidad. conformando un ser sumiso que para sobrevivir se replega sobre si mismo.
La información se entrega a cuentagotas, con el flashback utilizado para referir una existencia que empieza a difuminarse con el paso de los días, reemplazada con una sofocante monotonía. Ya no son las cosas las que están en su lugar, sino las personas. Predomina la ignorancia y el olvido forzado de la historia, sustentado en el fanatismo y su lógica retorcida. Bajo el nuevo gobierno, una mujer es apenas una posesión, un propósito, un concepto. En su nuevo status, no conserva ni siquiera el nombre, esa palabra que confiere identidad, que distingue como el doble de nosotros mismos.
Sobrevivir lo es todo y se persiste con la guardia siempre arriba en una perenne vigilia. A la manera de las fábulas antiguas, aquí hay una lección para ser aprendida, una sociedad es tan libre como su miembro más oprimido. No lo dejen ir.
Briseida Alcalá 