Martin Scorsese retrata el violento despertar del sueño americano y la multiplicidad de expresiones decadentes de los habitantes de la noche.
El protagonista es un joven veterano, quien presa de un perenne insomnio consigue un trabajo nocturno como taxista, intentando así llenar el insoportable vacío de las más oscuras horas.
Su existencia representa acertadamente el rescoldo colectivo de los excombatientes, con mentalidades fragmentadas que les acarrean trabajos diminutos. La elección de su ocupación lo sitúa en una posición envidiable de espectador y observador de la existencia humana.
Robert de Niro está espléndido, entregado y apoderado, exudando carisma y bestialidad como un antihéroe impulsivo que encuentra en el rescate de una joven prostituta la oportunidad para una cruzada personal que habrá de redimirle. Jodie Foster toda una revelación como la mencionada chica, en una interpretación que logra sorprender al brindar matices de inocencia.
Desde la primera secuencia, la ciudad se presenta como un personaje central, retratada no como homenaje sino como afrenta, con sus luces neon, contaminada y cruenta.
El contexto es crucial, situada en 1970, y dispuesta entre dos de los aspectos más polarizados de la decadencia: la política y la prostitución. El guión también considera las motivaciones de índole personal, pequeños aguijonazos que de a poco se transforman en estocadas, hasta rebosar no la copa sino la cloaca.
Travis renuncia a la inercia para entregarse al abismo, descendiendo en un espiral que culmina en una secuencia espléndida, cruda y violenta. Eso junto a sus otros méritos le valieron el reconocimiento de la Palma de Oro y un lugar entre los filmes de culto. No lo dejen ir.