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El guardián entre el centeno

Salinger captura como ninguno la angustia infinita del dolor de crecer en su obra insigne; el guardián entre el centeno.

Luego de ser expulsado por enésima vez del colegio, el joven Holden Caulfield atraviesa un período de desengaño y confusión originado por una adolescencia que recrudece la reciente perdida de su hermano menor y la falsedad y pretensión del grueso de adultos a su alrededor. Hastiado y deprimido, decide aprovechar la ventana temporal de la misiva que notifica a sus padres, para aventurarse en la búsqueda de cualquier cosa que alivie o mitigue su desolación. 

Fresco y franco, el lenguaje expresa las inquietudes del protagonista, con un olfato de sabueso para detectar cualquier dejo de falsedad, la cual le repugna en la misma medida que lo entristece. Su honestidad exacerbada la compensan grandes dosis de autocuestionamiento, a las que no escapa destellos de misoginia y hasta snobismo, propios de su origen y condición.

La fuga es abandono, evasión de la venda enajenante que permite a sus mayores y contemporáneos proseguir la farsa de una existencia fundamentada en apariencias. La irritación derivada del pacto implícito que en toda vida adulta troca la pureza por la inserción.

Desesperado, Holden no hace más que confirmar en la conducta de los personajes que conoce o frecuenta un destino que rehusa tanto como repudia, y que el autor resolverá en un entrañable final que presenta el candor infantil como el faro capaz de alumbrar la más agobiante oscuridad. No lo dejen ir. 

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