Noah Baumbach retrata la dolorosa crisis de identidad que experimenta una pareja cuando decide separarse.
Con el recurso del voice over en la primera secuencia, el director nos sumerge en la dinámica de la relación, familiarizándonos con lo mejor de los protagonistas en todas las razones que los unían y no están por dejar atrás.
Ella actriz y él director se extienden en patrones que afrontan su vida personal y profesional. Él asegurando en cada paso la visión clara la materialización de la visión, ella facilitándosela, como el rostro que entrega cada línea que él escribe.
El guión es uno de los aspectos más destacados del filme, con la construcción de personajes reales que experimentan a través del trauma un proceso de redescubrimiento del otro y de si mismos. Un viaje de hallazgos y revelaciones, catártico y por supuesto doloroso, en el que el alza de uno implica la baja del otro. Un proceso que desafía y altera sus sentidos y noción de identidad, hogar, pertenencía y dirección.
Las diferencias las representa también la ubicación geográfica, con el enfrentamiento conocido entre New York y Los Ángeles y lo que diametralmente representan, enfrentados a una dinámica impuesta en el proceso que disuelve un vínculo que surgió de manera personal y se desbarata de modo oficial. Todo complicado por la custodia del hijo de ambos.
Los actores se brindan con el lucimiento de Adam Driver, particularmente en la secuencia que el director construye como la contraparte de la primera secuencia, que rompe la tensión acumulada derramando en borbotones de espléndidos close ups.
A pesar de lo traumático de la experiencia, uno de los mejores aspectos de la película es su humor, que equilibra el sinsabor, brindando remansos a la audiencia al mismo tiempo que contribuye a la empatía y genuino del tratamiento, mientras los personajes descubren su capacidad de cambiar, para adaptar lo que pensaban que querían y descubrir lo que están dispuestos a dar. No la dejen ir.
Briseida Alcalá 