Violenta, demencial, excesiva, la cuarta entrega de Mad Max ostenta de manera exponencial los rasgos de sus predecesoras, ofreciendo un sobrecogedor despliegue visual.
A medio camino entre la ciencia ficción y la acción, el guión crea y recrea un panorama post-apocalíptico en el que la humanidad ha sido reducida al mero instinto de supervivencia. Tom Hardyes un Max atormentado por un difuso pasado. Charlize Theron es Furiosa, una comandante que traiciona al cacique de la ciudadela, el abominable Inmortan Joe (Hugh Keays-Byrne), llevándose consigo un tanque de guerra con sus esposas y también parideras lo que desencadena la brutal persecución que retrata la película.
La maestría en la ejecución es admirable. El diseño de arte es estupendo, igual que la sonorización, fotografía, edición y prácticamente todo aspecto visual involucrado. El ritmo es vertiginoso pero logra también dar un breve respiro en la parte media.
George Miller, su director, coreografía con maestría los enfrentamientos, capturando el vértigo de la persecución a la manera de un ballet infernal. La precisión es absoluta y el espectáculo admirable. La secuencia final involucra una complejidad frenética que rezuma adrenalina.
Transcurridas las casi dos horas de duración, el espectador recupera el aliento y se seca el sudor después de presenciar un excelente ejemplo de cine de acción, tan bien ejecutado que logra revivir una franquicia que se creía largamente extinguida. No la dejen ir.
Briseida Alcalá 