Las desventuras de una familia francesa en Indochina, permiten a Marguerite Duras retratar la marea irrefrenable de la vida en su novela autobiográfica, un dique contra el Pacífico.
Los protagonistas son una anciana madre y sus dos hijos, Suzanne y Joseph, atrapados en una existencia precaria a la que no se le encuentra salida. Víctimas de un fraude gubernamental han comprado con los ahorros de una vida una estéril concesión agrícola, afectada por inundaciones constantes.
El dique del título añade a la segunda catástrofe de sus vidas, la edificación de una presa que pretendía contener al Pacífico. Figura tangible y metafórica de la oposición voluntariosa a las fluctuantes desgracias de la vida. Mecanismo desesperado y único contra el absurdo y la ignominia.
Sumergidos y resentidos, el reducido núcleo familiar exhibe una extraña relación de codependencia, desarrollada como escala única de valores. La mala suerte se conoce, se rumia, se maldice. Las ambiciones y los proyectos se conciben sólo para convertirse en pavimento machacado por el lacerante paso del azar.
Situada a principios del siglo XX, la autora relata la dura existencia en la colonia para las clases menos privilegiadas. La existencia es precaria y apenas suficiente. La humedad, el polvo, el cólera, el paludismo. El espectro de la muerte y el de la miseria, compañeros constantes de sus existencias.
Los personajes son brutales y fuertes. Tan condenados como ese estéril pedazo de tierra, de donde la huída es imposible y también la única alternativa.
La cotidianidad se cubre de frescura, al acercarnos a un universo hasta entonces desconocido, para retratar con sus ojos la quimera insustancial que sostiene la lucha de todos los días. No lo dejen ir.