La bestialidad confundida por hombría y la violencia disfrazada de camaradería en La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa.
Ubicada en un Colegio Militar del Perú, la novela narra un episodio particularmente traumático en la vida de cuatro de sus cadetes, con orígenes, motivaciones y temperamentos distintos, democratizados por el uniforme y el reglamento. El poeta, el esclavo, el boa, y el terrible jaguar, el punto más alto de la masculinidad arraigado en el salvajismo.
Ahí la violencia es también camaradería, rito de iniciación, microcosmos de las escalas posteriores de la cruenta vida militar. En él Vargas Llosa captura la universalidad del alma masculina, a veces brutal y otras tierna, incorporando además peculiaridades del sincretismo peruano, como el odio y desprecio qué se siente hacia los serranos. Perro, el adjetivo utilizado para sobajar a los de tercer grado le permite al autor establecer un antónimo con las relaciones funestas entre los mismos cadetes y el nexo irrompible entre Malparada, la perra del colegio y el Boa.
El internado es un caldo de cultivo ideal para el carácter rapaz, para las eternas e inmensas rivalidades, para la inseparable dicotomía entre el miedo y la crueldad.
Escrito a 4 voces, el libro es un testimonio de la dureza de la crianza masculina, su silencio, misterio y el dolor perenne de un pecho oprimido y una garganta anudada.
La urdimbre está aceitada y lista; y el destino, araña experta, teje con paciencia sus hijos hasta terminar de elaborar la firme red que los contiene y los sofoca a todos.
Vargas Llosa es Dios, conoce los actos y los pensamientos de los hombres, pero es más generoso que otras divinidades, pues nos permite conocerlos, de ese vistazo nadie quedará inmune, ni los protagonistas, ni los lectores.
El epílogo será el remanso y la calma. Para algunos el pasado permanece como guijarro en el zapato, apenas una molestia durante ciertos pasos, para otro, se convierte en una estratagema universal que coloca las piezas donde siempre debieron estar. No lo dejen ir.