A la manera de un diario y con la voz de un álter ego Jean-Paul Sartre enfrenta el indefinible malestar de toda vida, esa sombra escurridiza y acechante que designa como náusea.
Anhelante de aventuras, reconoce la capacidad de creación o recreación de la verdadera vida a través del relato, con el ansía de presente de un hombre sin cabida en redil alguno. Sin detenerse remueve los obstáculos que le permitirán encontrarse frente al pensamiento, hundirse y cubrirse en él y por él, hasta renovarse.
Frente al vacío se ofrece también el vértigo, la certeza de la futilidad propia y ajena, agotadas las revelaciones queda ya no el tedio sino el exhaustivo pasar de los días, la rebeldía a llenar la anchura del tiempo y el anhelo de ese otro mundo que se nos tiende al alcance de la mano, para rozarlo, pero nunca para alcanzarlo.
Preocupado por el tiempo como valor constante y determinante de toda vida, intenta no atraparlo sino aprehenderlo en la insoportable quietud de una tarde de domingo, en el inescrutable retrato de hombres célebres y en los hechos nimios que considera claves para entender todos los cambios significativos, convencido de que la única manera de justificar su existencia es narrándola. No lo dejen ir.