James Stewart es un fotógrafo confinado por 6 semanas a una silla de ruedas, con su ventana como única distracción en un verano particularmente húmedo, que forza a los habitantes del edificio a tener las ventanas abiertas y los secretos expuestos. La exploración del voyeurismo de Hitchcock es brillante. Por 40 minutos metemos las narices en lo que no nos importa sin ninguna preocupación, después cómo advierte el refrán la curiosidad amenazará con matarnos.
El microcosmos del edificio es magnífico, poblado de personajes con sus pequeñas y grandes tragedias. Está la solterona depresiva, que pone dos platos en la mesa esperando así sentirse menos sola; el músico frustrado, que trabaja incansablemente en la sinfonía definitiva; la bombshell, asediada por multitud de hombres que sobrevuelan en círculos esperando quedarse con la presa; la pareja madura, en la que el silencio y la apatía han sustituido al romance y el deseo; los recién casados que se cuidan de mantener las persianas abajo; todos cotidianos e interesantes en mayor o menor medida al atento ojo de James Stewart, acostumbrado a mantenerse quieto esperando el encuadre perfecto.
El villano eso sí es deslucido, un mero instrumento para poner en movimiento el engranaje de la historia, algo muy propio del director, desinteresado en exponernos sus motivaciones e intenciones.
Aunque célebre, encuentro carente de carisma a James Stewart, aunque aquí no lo necesita para interpretar a un paria con tendencias misóginas, opuesto a Grace Kelly radiante y esplendorosa, como Lisa su amiga e interés romántico. Excelente también la interpretación de Thelma Rittercomo Stella, la enfermera de Jeffries, con su sabiduría mundana expresada en algunos de los mejores y más incisivos diálogos del filme.
La sensación constante de ser observado presenta lecturas contemporáneas que mantienen vigente la trama. La intrusión en las vidas ajenas es también una fina metáfora del cine. ¿Pues no es el cine el mirón por excelencia? ¿No nos sentamos por dos horas, en la oscuridad y el silencio a observar la vida de otros, a sentir sus tragedias y sus triunfos como nuestros?
Las limitaciones narrativas de un sólo punto de vista son extraordinariamente bien libradas. Hitchcock conjuga encuadres subjetivos con objetivos con la maestría que lo caracteriza para introducirnos sin que nos demos cuenta en una especie de casa de muñecas a escala, somos nosotros mismo quienes estamos asomados a la ventana, intentando alzar el cuello para ver mejor.
Aunado a esto la capacidad del filme de funcionar a un nivel de mero entretenimiento pero guardando aún estratos más profundos para quien así se los busque la convierte en un clásico inmediato. Imperdible.