El viaje comienza en el deseo, que se cumple en la primera hija, y se confirma en la segunda; todo cruzado y cuestionado por la literatura, por ese afán aparentemente incompatible de escribir, de crear.
Conciliar los deseos se convierte en un toma y daca, como medio de la culpa y el rebate de sus congéneres:
El hijo es creación y continuación, materialización del tiempo, legado único de la vida.
La concepción y la gravidez toman un nuevo cariz cuando no se puede ser madre de forma natural; de ese modo la historia traza paralelos con la palabra, otro deseo vehemente que se obtiene en el artificio, sin que la conciencia anule la dicha, aunque sí la distinga.
Entre la duda y la certeza la autora comparte la transformación física, mental y espiritual de su maternidad.
Su franqueza brinda fidelidad y frescura al relato, volviéndolo al mismo tiempo entrañable y extraordinario. Hilando los dos deseos primarios de una mujer en el punto exacto de quien se aventura en dos terrenos fantásticos y peligrosos.

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