El juicio y ejecución de la Doncella de Orleans inspiran la estampa deslumbrante de La Passion de Jeanne d’Arc, obra maestra de la cinematografía,
Lo minucioso del registro del proceso en el archivo de la bibliothèque de la Chambre des députés evocan en Carl Theodor Dreyer, su director, la imagen de una joven mujer “simple y humana”, que extrae del texto para para rescatarla y redimirla en la pantalla, como un ser humano real, más allá de la guerrera, la santa y la mártir.
Dreyer se toma su tiempo para mostrar el suplicio de la injuria, el acoso y el agobio. La pantalla se colma con rostros que explora en acepciones que parecen infinitas, dando forma con un montaje excepcionalmente dinámico a un proceso agotador entre la institución más poderosa de la época contra una joven mujer cuyo única falta parecería ser una inspiración piadosa en medio de una atroz contienda.
Apartada y retenida del campo de batalla, impugnada en su misticismo, superada en edad, número, instrucción y poderío; a primera secuencia la muestra justamente así, con un desmesurado vacío sobre la cabeza, el mismo que dista entre los dioses y los hombres.
Las actuaciones son legendarias. Maria Falconetti encarna a Jeanne como un Cristo femenino, en perpetuo estado de gracia, que el director subraya desde el título y en el símil de un semblante eternamente dolido, una corona que la mofa, coincidencias entre diálogos y pasajes bíblicos y por supuesto el martirio.
Dividida en tres actos, es el desenlace el que más angustia provoca en el espectador, al que se le confronta con la ejecución despiadada de la sentencia, que pasa de ser una anécdota histórica a un suceso agonizante que la muestra primero asfixiada, luego abrasada y finalmente carbonizada.La cámara es el medio, el rostro el lienzo y así, los anales resucitan.
Si les interesa pueden mirarla en línea aquí. No la dejen ir.