Luego de la muerte de su hermano, un hombre sofocado y minado por el peso de una culpa que jamás lo abandona, enfrenta el dilema de asumir la tutela de su sobrino.
Lee, el protagonista, fue alguna vez un joven carismático y atractivo, quien tras experimentar una inconmensurable tragedia logra sortear los días a través de la desvinculación y la evasiva. Casey Affleck se apropia del personaje para ofrecer la actuación de su carrera con los matices de una contención que raya en la invalidez emocional, contrastando con la otra gran actuación de la película a cargo de Lucas Hedges como su sobrino Patrick, para quien la vida es todo botón y semilla.
El ritmo lento y la tonalidad cerúlea de la fotografía añade a la sensación de desamparo del protagonista y un correcto uso del flashback permite explorar la ubicuidad de la culpa, con el pasado resurgiendo entre el recuerdo y el acontecimiento, empañando toda posibilidad de presente y aniquilando el futuro.
Con un tratamiento inteligente y genuino, Kenneth Lonergan evita los atajos para explorar la insondable impresión de la tragedia en una vida donde el dolor sí tiene principio pero no fin. No la dejen ir.