Un jovencito experimenta los dolores de crecer desde la soledad exacerbada de la incomprensión y la indolencia en Les quatre cents coups.
Truffaut conforma la trama a través de las vicisitudes y correrías en la breve vida de Antoine Doinel, un muchacho sujeto pero no disminuido por la opresión escolar y la parental, cuyo espíritu independiente le acarrea un status de granuja y cuyos problemas recrudecen a partir de un descubrimiento atroz.
El tratamiento se expresa a través de una cámara que acompaña todo al tiempo al protagonista, consiguiendo a través de disolvencias y emplazamientos una sensación de continuidad que brinda a la historia veracidad y una ilusión de continuidad que exuda el perenne presente en el que transcurre el tiempo para un niño.
Ubicada en París, la ciudad es prácticamente otro personaje, un espacio bullicioso que Antoine vaga primero con picardía y luego con desesperanza, aprehendida con numerosos travellings que revelan la vida secreta de los niños.
Un halo de candidez cubre todo el filme, entrelazado con la oposición cruel entre el ambiente de los adultos, cuyas faltas no sufren consecuencias que no se excuse en expectativas, omisiones y apariencias, mientras un niño es rápidamente descartado como caso perdido, y luego arrojado a una pila sin posibilidad real de salida otra que la huída. No la dejen ir.